El voley me enseñó a soñar con un campeonato, con una liga, con una Copa Argentina, me enseñó a llorar con un simple error sobre el final, con ese partido que no pude jugar, me enseñó a creer más que nunca en ustedes, a festejar cuando damos vueltas olimpicas. El voley me enseñó a ayudar al amigo que se lesiona, a valorar cada ataque y cada recepcion, a tirarme por esa pelota perdida, a levantarme tras esa lesión seguida. El voley me enseñó la sensación de aquella secante, me dio amigos, me regaló un mundo, me formó como persona, me formó un camino, me hizo valorar cada segundo dentro y fuera de la cancha. Me enseñó el aguante de los amigos en las malas, y me dio las felicitaciones por los huevos, ovarios y las ganas. El voley me enseñó a perder y a tener revancha, a que todo se puede, aunque vaya 2-0 abajo se puede dar vuelta un partido. Me enseñó a cuidar la pelota, a confiar y ver cómo la amistad y el coraje se combinan. Me hizo pensar y luchar por lo que quiero. El voley me enseñó que en la cancha nadie se suplanta, todos se complementan, que vale el esfuerzo, y los presentes (publico en contra) se ausentan. El voley me enseñó a dormir en el banco por un saque mal, y me dio las fuerzas para ganar sobre el final. El voley me enseñó a valorar cada vez que entro, y a sufrir más que ellos si en un partido me ausento, a entregar todo con la mente helada y el corazón encendido, a sacrificarme por el equipo y a darle confianza a los demás, agradecer cada asistencia que me dan. El voley me enseñó la satisfacción de sangrar la camiseta, a matarme en defensa y soñar en una pirueta, a quererla porque es parte de mí. Yo vivo el voley porque el voley me enseñó a VIVIR.